Lucas Leiva, integrante del Departamento de Prensa de la Asociación de Clubes, se adentró en la intimidad de la familia Maretto, una familia muy ligada al deporte desde su concepción. Javier, el padre, una verdadera leyenda de la Liga Nacional, tres veces campeón con Ferro en los ’80. Adriano, el hijo, un joven que con 21 años ya posee una interesante proyección y viene de tener una gran campaña con Central de Ceres.
Cuando las raíces son los mismas, los caminos suelen tomar rumbo similares. En La Liga hay varios casos de estos. Está en la sangre, en los genes, en ese legado que uno, el padre, triunfante y con un recorrido ejemplar, le deja a su hijo, que toma la mochila y cargado de sueños va en busca de su propia historia. Hará el camino a su manera, de su forma, con su estilo, lo escribirá con su propia pluma, pero siempre es una valiosa guía tener como padre a un gran ejemplo.
En este sentido #HijosDeLaLiga relatará la historia de los Maretto.
Por un lado tenemos a Javier, el padre. El Gringo es uno de los legendarios de nuestra Liga Nacional, desde el amanecer de la competición. Un jugador admirable, recordado por su brillante paso en Ferro Carril Oeste en la época dorada de la institución, tricampeón de la LNB en 1985, 1986 y 1989, subcampeón del mundo en esa misma campaña. Fue uno de los grandes héroes de ese Ferro que marcó la historia por ser el primer campeón y que en ese periodo fue sencillamente formidable (junto a otros como Cortijo, Uranga, Darrás, Maggi, entre otros).
El ex alero también jugó en Obras (ascendió a la Liga desde el TNA en 1996), Estudiantes de Bahía, Peñarol, Independiente de Neuquén, Boca, Lanús y su casa, Libertad de Sunchales. Posterior a esto sigue ligado al básquet desde siempre, ya que también se desempeñó como asistente, entrenador principal, coordinador en la Liga de Desarrollo y demás. Javier es toda una gloria dentro de la Liga Nacional, un apasionado total y de los jugadores más increíbles que nos ha dado nuestra liga.
Por otro lado tenemos a Adriano, el hijo. Con una carrera muy prometedora por delante, Adriano es uno de los chicos más interesantes dentro de la Liga Argentina, desde la proyección que posee y que ha sabido explotar con el correr de este aún joven camino. Apenas 21 años y ya tiene un recorrido que puede ponerse bajo la lupa, con mucho carácter y una marcada contracción al trabajo diario y al sacrificio, algo que ya viene desde casa por crecer en un entorno pro deportivo.
Nació en Capital, y eso hizo que dé sus primeros pasos en River, para luego pasarse a Obras. Tras hacer las inferiores en el club aurinegro, luego se mudó a Sunchales para jugar Liga de Desarrollo con Libertad. Tuvo su chance en el ascenso, donde primero vistió los colores de Del Progreso de General Roca y luego pasó a Central Olímpico de Ceres. En la ciudad santafesina tuvo una fuerte explosión, siendo el base titular del equipo a pesar de su juventud y sumando un roce clave para su desarrollo. Va por un sólido camino, más allá de todavía tener mucho por recorrer.
JAVIER, TODA UNA LEYENDA
La presencia de Javier no pasa desapercibida para nadie. Sin dudas estamos ante uno de los mejores jugadores que pasaron en la historia de nuestra competición, ya que más allá de los títulos que ganó con el club de Caballito tiene toda una serie de torneos encima que enaltecen más su ya sorprendente figura. Williams Jones, Sudamericano, 10 temporadas dentro de la Liga Nacional, pergaminos envidiables.
«Yo tuve mucha suerte, ayudado por mis condiciones claro pero enseguida que llegué a Ferro al poquito tiempo me acomodé en primera con el torneo de Capital y después el nacimiento de la Liga. Era muy difícil proyectar, nunca proyecté un día de decir que quería ser un jugador profesional e ir por eso, sino que se fue dando. Siendo juvenil me incorporé, tuve la suerte de tener un entrenador como León que a los chicos que realmente teníamos un poco de iniciativa nos daba lugar, y a mí me dio lugar pronto en el equipo de primera», recuerda Javier de lo que fueron sus inicios.
Más allá de haber jugado tantos años en la elite, y desde antes de la creación de la Liga Nacional claro, el legendario ex jugador también destaca la importancia que tuvo el club verdolaga dentro de su vida. Tiene más de 400 partidos en la máxima categoría, y pisa casi los 130 en el ascenso (Libertad, Obras el año del ascenso a la A, y Lanús y San Andrés), en el 91 también jugó otra final más de LNB con Estudiantes.
«Ferro me dio casi todo, tengo una familia formada porque mi señora es de aquí del club, Ferro mismo me dio la posibilidad de conocer el mundo, de desarrollarme, de viajar y de crecer como persona. El club fue formador de toda una época, de toda una camada de jugadores», cuenta Javier.
En el caso de Adriano, prácticamente no ha podido presenciar los últimos años de su padre como jugador, pero independientemente de eso está claro que sabe la importancia que tiene Javier dentro de la historia de la Liga y, más allá de no poder verlo jugar, sí ha podido ver esos pasos como entrenador que lo caracterizaron en las últimas décadas.
«No tengo recuerdos de verlo jugar porque no llegué, cuando yo era chiquito ya se había retirado. Recuerdo de verlo en los equipos donde era entrenador, estuvo dirigiendo TNA, en un periodo Liga donde yo era más chico, pero siempre dentro del ambiente del básquet», esto recordando que el Gringo fue asistente de Fernando Duró en Boca por la Liga Nacional, además de ser técnico en Lanús por tres temporadas (LNB), San Andrés (TNA) y algunos periodos como asistente en seleccionados argentinos.
ADRIANO, EL BÁSQUET DESDE LA CUNA
Como si fuese un decreto ya escrito, Adriano siguió los pasos de su padre y está caminando por ese sendero de experiencias nuevas en esta joven edad de desarrollo y formación. Y es que el joven base tiene básquet desde su concepción, desde su cuna, dentro de una familia que siempre ha incentivado la vida de club, y si a esto le sumamos que su padre siempre estuvo ligado a la naranja, prácticamente podría decirse que fue decantación.
«Siendo bebé, Adriano compartió conmigo mi etapa como entrenador de San Andrés en el TNA, o sea que él vio toda esa etapa mía y esos partidos de San Andrés en la sillita, en el carrito de ruedas. De ahí pasamos a ser asistente de Boca con Fernando Duró, pasando a estar de chiquitito caminando y dando vueltas por la cancha a estar trepado a la pantera negra, la mascota de Boca, viendo los partidos», comienza explicando el Gringo sobre su hijo.
«Cuando entrené a Lanús compartimos un poco menos porque el viaje era largo, pero algún que otro partido compartíamos. Y después ya con 4-5 años arrancó a hacer actividades y demás, en algún tiempo era muy bicicletero, vivíamos en un departamento con un balcón bastante importante y ahí empezó a tener sus primeros aritos de plástico, con lo cual lo incentivábamos a tirar y demás, y de ahí pasamos a una casa con una cochera abierta en el frente con una reja a la vereda. En esa cochera pusimos un tablero, un aro de básquet, y entonces Adriano pasó mucho tiempo en esa cochera tirando al aro. Nosotros vivíamos cerca del club Obras, y tenemos la anécdota de que algunos chicos reclutados de Obras vivían en la siguiente cuadra de la nuestra. Entonces los chicos pasaban por ahí y jugaban al básquet con Adriano, ellos de afuera desde la vereda y Adriano desde adentro de la cochera (risas). Se ponían a lanzar, de todo. Tuvimos otra mudanza en el medio, ya no teníamos cochera pero sí un garage entonces ese mismo tablero se mudó también ahí en el garage, donde pasó a ser un playroom gigantesco. Ahí ya después apareció el más chico, Octavio, y ya hubo competencia entre ellos dentro del garage», agrega.
El joven Adriano adhiere al relato de su padre. Profundiza que esa relación con el básquet incluía también muchos regalos en diferentes fechas como navidades, además de ese aro donde tanto practicó, en ese garage donde tantas horas pasó entrnenándose, disfrutando tanto tiempo con la naranja, uniéndose más con cada momento compartido.
«La verdad es que me crié con una pelota de básquet. Recuerdo que cualquier regalo de navidad era de básquet, ya sea una pelota, de cualquier tamaño y color, una camiseta, short, zapatillas… lo que sea… era una obsesión. Recuerdo que teníamos un aro en el garage, en el patio, o donde sea para jugar con mi hermano o amigos, nos pasábamos horas toda la tarde. Desde que somos chicos. Me armaba un búnker y pasaba días. Era dribbling, tiro, un lugar chiquito, un garage, pero la verdad es que pasaba un montón de horas al día ahí dentro entrenándome. En mi familia, no solo nos criamos con el básquet sino que somos una familia muy deportista. Mi vieja jugaba al voley profesional, era buenísima… mis viejos son gente de club, de toda la vida. Recuerdo que en toda la semana íbamos al club a jugar con amigos y pasar el rato, los fines de semana con partidos de básquet y cuando no jugábamos íbamos a la pileta en verano. Todo el tiempo del día que fuese posible mis viejos nos llevaban al club, siempre», cuenta el base.
UNA FAMILIA CON VIDA DE CLUB
La vida de club siempre fue muy estimulada desde la familia Maretto. Más allá del emblemático jugador que fue Javier entre los años ’80 y ’90, con esa etapa tan exitosa como atleta, y de también la presencia de Adriano siguiendo poco a poco esos mismos pasos dentro del básquet profesional; no hay que olvidarse de Karin Kirch, esposa de Javier y madre de Adriano.
Karin fue jugadora de voley, es licenciada en nutrición, y el club siempre ha sido un estilo de vida para toda la familia. Padre, madre, hijo, y también los hermanos, como Oriana la mayor de los hermanos (que también jugó al voley hace unos años) y Octavio, el menor que también juega al básquet (Adriano es el hermano del medio). Todos, los cinco, se formaron alrededor del deporte, y más allá del camino que cada uno puede decidir luego, las herramientas de ese vínculo saludable con el deporte siempre ha estado presente en el día a día.
«Nosotros como familia priorizamos muchísimo el tema del club y el deporte, por eso nuestras mudanzas. Nosotros vivíamos en Scalabrini Ortíz y Santa Fe, en la zona del Botánico, zona preciosa, fantástica, y nos fuimos para el lado de Núñez por esto de poder aprovechar el club. Nos gusta mucho el deporte, más allá del básquet nos gusta el verano, la pileta, lo verde, y nosotros lo pudimos disfrutar a todo esto con ellos. Pasamos mucho tiempo en el club, y lo seguimos haciendo. Somos un matrimonio muy deportivo, entonces el hecho de ir a ese lugar era para tener zona de clubes cerca, zona donde podamos hacer actividades deportivas», explica el Gringo.
Por su parte, Adriano cuenta ese apoyo constante de la familia y cómo la misma representa un sostén. La libertad de elegir qué camino seguir siempre ha estado inculcada, las decisiones de los chicos se respetan y los padres no buscan influir en el camino que puedan optar sus hijos. Por eso también terminan siendo vínculos sanos que tienen entre ellos.
«En la familia nos apoyamos entre todos. Mi viejo no siempre estuvo en casa por su trabajo como entrenador, y eso hizo que esté un tiempo en otras ciudades. Mi vieja por suerte fue deportista y lo entendió perfectamente, sabe que es laburo. Pero como te digo, siempre fuimos todos muy unidos. Mi hermano también juega, está yendo a esos pasos de ser profesional, creo que es lo que quiere pero todavía es chico así que está en eso; y después también mi hermana, que jugaba al voley y era muy buena, pero decidió estudiar. Con el tema este de ser libres, la verdad es que mis viejos siempre nos dieron la libertad de hacer lo que querramos y nos apoyaron en cada decisión», dice el jugador de Central de Ceres.
EL CRECIMIENTO DE ADRIANO
Si bien se crió con una pelota de básquet desde que tiene memoria, Adriano comenzó adar sus primeros pasos con el básquet cuando a los 5 años arrancó en River, cerca de casa, del lugar donde vivían los Maretto en ese entonces. Allí, donde Javier destaca el cálido afecto que tiene con Esteban Nepomnaschy, que fue técnico de Adriano desde chico, transitaron casi 8 años en el Millonario.
«Adriano comenzó básquet ya con 5 años aproximadamente, en River y con el Negro Nepomnanschy de entrenador. Hizo toda su formativas ahí hasta sub 13 creo, y yo recuerdo pasar mucho tiempo junto a él en ese momento. Nosotros nos quedamos mucho tiempo en Buenos Aires, yo no me moví con mi actividad en función de estar más tiempo con los chicos, y recuerdo haber compartido muchos entrenamientos con él, momentos compartidos. Cuando le tocó el encuentro de Minibasquet como teníamos cercanía acá lo hizo con Libertad de Sunchales. Recuerdo mucho acompañarlo en toda esa etapa de River, desde los 5 hasta los 13-14 años, donde compartimos muchas cosas, con él, con sus amigos y con los padres. Muchos entrenamientos, muchos viajes. Nosotros tenemos admiración total con el Negro por todo lo que hizo con Adriano, por formarlo como pibe, como persona y como jugador. De ahí Adriano pasa a Obras, y fue seguirlo, acompañarlo», manifiesta el Gringo.
Tras su salto a Obras, Adriano transitó las inferiores en el club de Avenida Del Libertador para luego pasar a Libertad de Sunchales, donde la convivencia los unió más. El base armó sus valijas en el 2017, dejó las calles porteñas y se mudó a la ciudad santafesina donde ya vivía su padre, que trabajaba en el proyecto formativo con los Tigres. Y ahí inclusive compartieron equipo, con Adriano como jugador y Javier como técnico.
«Cuando me vine para Sunchales fue mi entrenador. Ahí teníamos alguna que otra discusión (risas), pero no lo hice renegar tanto y por suerte siempre nos llevamos muy bien, siempre fue una relación muy sana», cuenta Adriano como una anécdota con humor pero que a su vez le sirvió muchísimo para aprender por compartir tanto tiempo al lado de su padre, una relación que fue mucho más fuerte en ese entonces.
Al base le llegó la oportunidad de saltar a la Liga Argentina y su primer equipo fue Del Progreso, en Río Negro. Tras una campaña con saldo positivo bajo el mando de Daniel Jaule, se mantuvo dentro de la categoría y pasó a vestir los colores de Central de Ceres en la 2019/20, donde consiguió un salto mayor de calidad.
«El crecimiento que tuvo esta temporada se lo debe un poco a Quique (Enrique Lancellotti), porque me llamó una vez y me preguntó qué tipo de jugador era y qué podía hacer, y después fue quien tomó el riesgo de llevarse un jugador de 19-20 años y hacerlo jugar casi 30 minutos por partido con las responsabilidades que eso conlleva. Adriano puede tener algunas equivocaciones en el juego y es normal porque todavía está en etapa de desarrollo, pero él no afloja en ningún momento y sigue trabajando mucho», cuenta Javier.
LA DEDICACIÓN Y EL SALTO AL PROFESIONALISMO
Si hay algo que caracteriza a Adriano en su faceta de jugador de básquet es la constancia y el trabajo que dedica a diario. Tiene que ver con algo que aprendió desde muy chico, sabiendo que la mejor y única posibilidad que existe para crecer en la vida siguiendo tus sueños es esforzándose. El sacrificio es algo muy arraigado en la vida deportiva del joven base, y Javier lo remarca como una de sus más grandes virtudes.
«Yo lo vi con la concentración, dedicación y preparación, ya desde los 13-14 años. Pasando premini se entrenaba y ya era un chico que prefería ir media o una hora antes del entrenamiento al club para practicar, y cuando le tocó el tema del gimnasio y demás no escaparle sino al contrario. Pasó siempre mucho tiempo dedicándose. También creo que el mensaje que siempre está dentro en casa, de equipo, de juego de conjunto, de entrenar y todo eso, me parece que a Adriano le llegó y le gustó, y por está con eso incorporado desde muy chico, desde esa edad. Pensé que iba a ser cuestión de tiempo. Si ya está con esto y lo sostiene, digo que es cuestión de tiempo. Que llegue a algún lugar o que pueda llegar a ser, es algo que se lo va a decir ese tiempo. Ya tiene incorporado esto por cosas de nosotros, cosas que tanto a mi señora como a mí nos dieron la posibilidad de jugar en un nivel alto, que fue siempre el tema del entrenamiento y la postura del juego en equipo. Eso me parece que lo tomaron».
«Hay una parte en lo genético interna de Adriano que seguramente le da placer esto, y por eso lo lleva adelante. Adriano entrena y entrena. Es más, te digo que ahora en esta cuarentena nosotros ya veíamos venir que se iba a cerrar todo, la cuarentena arrancó el lunes y el viernes anterior a la tarde ya habló con un profe que tenemos en el club y del gimnasio se trajo no sé qué cantidad de discos y pesas, dos barras, mancuernas y una bicicleta fija para entrenar acá. Entonces en la cochera que tenemos, el coche queda afuera y Adriano se armó su bunker de entrenamiento. Eso te dice un poco cómo es él. Le pasó un poco lo que me pasó a mí, yo nunca proyecté un día de decir que quería ser un jugador profesional e ir por eso, sino que se fue dando. Con Adriano creo que fue así, lo quería y siento que se sacrificó mucho, tomó mucho el mensaje nuestro que para llegar y estar bien tenés que entrenar. Que tenía que entrenar mucho. Creo que esa es una de las virtudes que tiene, que no la ha pasado bien, que le cuesta, y que para poder llegar se tuvo que entrenar y mucho. Para mí el tema de la concientización de entrenar y jugar lo tiene ya mamado, y eso a mí me genera placer porque siguiendo por ese camino sé que todo es cuestión de tiempo. Tiempo que tenga que invertir en equivocarse y aprender, y eso lo va a ir haciendo crecer», agrega el Gringo.
Adriano comparte, sabe que ese camino a convertirse en un jugador, a tener sus primeros contratos y dedicarse de lleno a esto, vino de la mano con el paso de los años, el interiorizarse cada vez más en este mundo y buscar cada vez dar un paso más adelante. También ese traspaso de River a Obras fue importantísimo para su vida, porque el cambio estuvo sujeto a ese deseo de seguir progresando y creciendo como jugador.
«Creo que se fue dando solo. Siempre fui bastante obsesivo con el tema del entrenamiento y demás, siempre traté de pasar el mayor tiempo posible dentro del club, y las cosas se fueron dando prácticamente solas. Creo también que más allá de que se fueron dando, también en parte uno las va buscando por cosas que uno va mamando, me parece que hay un poco de todos esos factores».
«Capaz un pequeño clic que me di cuenta que quería seguir con esto fue en Sub 13, cuando me pasé de River a Obras, donde dejé de jugar con mis amigos para irme a otro club, buscando mejorar, para crecer individualmente. Cuando decido irme de Obras a Libertad también, porque ahí yo ya quería ser profesional y vi que tenía la posibilidad de hacerlo. Ahí me fui de mi ciudad, dejé a mi vieja y me fui a vivir con mi viejo a Sunchales, así que eso también mejoró mucho la relación. Desde muy pendejo quise jugar al básquet la verdad, siempre medio obsesivo, entrenando mucho, y por fortuna se me dio y mis viejos me dieron la posibilidad de que así sea apoyándome siempre en todo. Lo mamé desde chico, se me fueron dando, yo lo busqué… es un poco de todo».
NOMBRE ILUSTRE: LA IMAGEN DEL GRINGO COMO JUGADOR Y PADRE
Como pasa en estos casos, cuando un padre tiene tanta historia sobre sus espaldas inconscientemente los hijos, de seguir el mismo camino, pueden tomar un poco de esa carga y llevarla consigo. Comparaciones, similitudes, detalles que hasta en algún punto son algo absurdos y tediosos, porque al fin y al cabo cada persona tiene la absoluta libertad de fabricar su propio destino y su propio camino, sin importar otra cosa que no sea la propia elección de uno.
En este caso, tanto Javier como Adriano han sabido encontrarle una agradable vuelta de rosca ante el hecho de tener un apellido tan importante dentro de la Liga Nacional. Y es que el Gringo, con la modestia que siempre lo caracterizó, hasta tuvo sentido del humor en cómo se mostraba delante de sus hijos, porque acá además de Adriano también hay que tener en cuenta que detrás está el joven Octavio.
«Puede ser que tenga una pequeña carga por ser el hijo de… pero la realidad es que yo me pongo en la otra posición, en que soy el papá de Adriano. Para mí yo tenía que pasar a ser el papá de…, me pareció a mí que siempre tenía que ponerme de ese lado, para no generar una presión extra y hasta te diría innecesaria. Nunca traté de hablarle de mí, de lo que yo hice o hacía. Es más, siempre traté de ridiculizarme con lo que yo hice como para que no lo tenga encima. Nos reímos porque siempre hacía un circo con Adriano, y cuando veíamos algún video mío jugando le decía ‘mirá esto que hice, bueno, vos tenés que hacer todo lo contrario para jugar bien’ (risas). Se reía de la postura que ponía, porque ni yo mismo siento que mi carrera pueda ser una carga para Adriano. Risueñamente siempre traté de ponerme a la par de él en ese sentido».
«Creo que lo toma un poco para afuera cuando hay algún comentario o alguna conversación con sus pares sobre lo que haya podido haber hecho yo en mi carrera. La verdad es que trato de hablarle lo menos posible de mí, de jamás decirle que yo hice esto o lo otro, al contrario. Es más, hoy en día las fotos que están dando vueltas en la casa son de ellos y no mías. Yo ya pasé, era otro básquet, otra época y listo, yo siempre le recalco a los chicos que lo de ellos es mejor que lo mío, y si empiezo a comparar puedo decirte por ejemplo que ellos tuvieron la chance de ir a selección argentina con 15 años y yo recién a los 18-19. Lo tomamos de la forma más natural posible y exponer lo mío lo menos posible, es más, como te decía, yo ya lo hice, ya pasé, era otra época… ahora es el tiempo de ellos».
Adriano por su parte no siente que el apellido pueda ejercer algún tipo de presión o mochila, más allá de que a nivel de comparación tampoco serían tan compatibles desde el juego ya que las posiciones dentro de la cancha son distintas, uno base y el otro más cerca del aro.
Y todas estas palabras que puede recibir sobre su padre hace que Adriano sienta mucho orgullo, porque más allá de los comentarios positivos que recibe sobre su padre en su faceta como jugador, también siempre le están recordando lo buena persona que resulta ser Javier, desde la humildad y la calidez. Eso está por encima de cualquier cosa.
«El apellido en la cancha nunca me pesó por así decirlo, porque incluso mi viejo nunca me hizo saber o sentir lo que fue como jugador. Mismo hay jugadores mayores que me dicen que jugaron con él, que lo conocen o hasta planilleros, gente que lo llegó a ver, que ven mi apellido y me piden que le mande saludos a mi viejo. Una locura, es lindo, porque es toda gente linda del básquet que está hace muchos años y a mí en lo personal me genera mucho orgullo y mucha felicidad. La gente siempre me muestra respeto y cariño hacia mi viejo, porque fue un excelente jugador y además también es una excelente persona. Y eso es muy importante, no solo jugar bien sino que además la gente te reconozca por ser la buena persona que sos».
Y es que para Adriano, Javier siempre va a ser su padre y difícilmente lo vea como aquel gran jugador que fue dentro de la historia. Tiene que ver un poco con la imagen que desde siempre han tratado de dar en casa, con la humildad que se maneja también el Gringo pero también porque Adriano tiene un contexto de conocerlo en el día a día y de relacionarlo menos tiempo a una cancha de básquet, sino a su contención como padre, a ese padre que siempre ha estado y está, a ese padre que lo acompaña en todas.
«Para mí es hermoso, es difícil despegarlo porque es mi viejo por sobre todas las cosas, pero hay situaciones que te hacen notar un poco lo que fue mi viejo como jugador. Me acuerdo una vez que habíamos ido a ver un partido a Obras y, no te miento, persona que pasaba persona que saludaba a mi viejo con un abrazo y se quedaba hablando como 10 minutos. Me pegaba unos emboles a veces (risas). Pero en serio, todo el mundo conoce a mi viejo y eso es súper importante obviamente», cuenta Adriano entre sonrisas.
«Es muy difícil separar, darse cuenta de lo que mi viejo fue como jugador. Pensá que estoy todo el día con él, desde muy chico, entonces es imposible que lo vea desde ese lugar. Yo lo veo como lo que es, como mi viejo. Obviamente que ahora es mi ejemplo a seguir y mi guía, y de repente salen notas como esas donde estuvo en el ranking de los 100 jugadores más importantes de la historia de la Liga y verlo dentro de ese grupo tan privilegiado te genera esa grata sorpresa, es algo increíble, ahí es cuando caés un poco en lo que fue. Jugó en la selección mayor, en equipos importantes de Liga, tuvo ascensos, campeón sudamericano… la verdad es que fue un carrerón».
EL DÍA A DÍA DE LA RELACIÓN
La relación que tienen Adriano y Javier es por demás cálida, muy cercana, donde ambos se acompañan mucho. El Gringo cuenta cómo es su rol como padre, en este sentido, ya que al ser un ex jugador y aconsejar a su hijo sobre cosas de básquet siempre trata de buscar un equilibrio y mantener una postura saludable, aconsejándolo pero sin irse mucho más allá de esa línea.
«Lo que siempre intenté hacer fue que si me venía a preguntar algo, le decía y le daba mi consejo o mi visión pero no trataba de apabullarlo con ser previsible o avisarle de las cosas antes. Trataba de decirle algunas cosas y demás, siempre en función de darle una mano. ‘Hoy jugás contra este, entonces tendrías que mejorar esto o lo otro de aquella vez’… cosas así. Siempre esperé a que Adriano tuviera primero su experiencia, que tenga la posibilidad de acertar o equivocarse, y después una vez terminado el partido de vuelta a casa hablar de eso. Si fue que se equivocó, decirle qué tendría que tratar de hacer o cómo. Le pregunto mucho por cómo se sintió en esas situaciones, qué vio, qué fue lo que le pasó, y ahí después le digo qué tendría que hacer».
«Lo que siempre hice, siempre, y al día de hoy lo sigo haciendo, fue nunca ponerme a la par de él y decirle que yo haría esto o lo otro. Y siempre también le dije que se derive a su entrenador, eso es otra cosa. Siempre le dije que lo mejor que puede hacer es hablar con su entrenador, lo que quiera mejorar o que la opinión del partido lo hable con su entrenador también. Si viene con un problema, yo te puedo decir esto, pero lo que tenés que hacer también es hablar con tu entrenador y es lo mejor que te va a pasar, porque el entrenador te va a saber decir bien qué es lo que quiere y necesita. También en mi caso es no meterme en ese rol que tiene que cumplir su entrenador».
Por su parte, Adriano explica que el vínculo que tienen es muy sano, llevadero, que pueden encontrar una simetrías en la pasión de ambos por el básquet y que eso los lleva a tener más fluidez inclusive. «Es una relación hermosa, los dos amamos lo que hacemos. Después de ser jugador mi viejo no se despegó del básquet, fue entrenador, coordinador, todo siempre relacionado a esto, y eso hace que compartamos muchas otras cosas».
Además, y con el aislamiento social obligatorio que hoy se vive en todo el país, hoy comparten mucho tiempo en familia y eso lleva a que cada tiempo de reunión y encuentro, sea en una mesa, en el garage o en el lugar de la casa donde tengan unos minutos para compartir, se da una afectiva charla con consejos y esa tan bella calidez del lazo padre-hijo.
«Ahora las cenas en las cenas casi todas las charlas con mi viejo son de básquet (risas). Mi viejo me aconseja mucho, yo le pido muchas opiniones y lo escucho porque aparte de ser jugador también se instruyó, es entrenador y sabe bastante de todo, y eso la verdad es que me ayuda mucho. La verdad es que mis papás siempre me dieron la chance o la posibilidad de hacer lo que yo quiera, pero creo que estar en contacto con el básquet medio que te obliga entre comillas o te va haciendo el camino como para que se te meta en la cabeza y darle de lleno a esto».
ORGULLO Y ADMIRACIÓN MUTUA
Javier disfruta ver a sus hijos crecer y seguir sus propios caminos, cada uno en lo que lo apasiona. Dentro del deporte o fuera, el deseo de cualquier padre es la felicidad de sus hijos. Y seguro que viéndolos seguir sus pasos, donde seguramente sepa que los chicos tienen como referencia a seguir esa admirable imagen del jugador que supo ser, al Gringo ver a sus hijos ligados al básquet le provoca muchísimo orgullo y una enorme emoción.
«Vernos entrenar a mis hijos y jugar me genera en principio placer y orgullo, los disfruto mucho. Disfruto mucho los partidos que tienen, muchísimo. Y alguna que otra vez, sobre todo cuando hemos vivido juntos porque yo a Adriano lo dirigí en Liga de Desarrollo cuando estuvo acá en Libertad o en algunos torneos provinciales o nacionales que se ganaron, me generó muchísima emoción. Muchísima emoción sobre todo por esta sensación de haberlo dirigido, de haber compartido eso junto a él de otra forma. También, cuando hay ciertos momentos en los cuales estás viéndolo en algún partido y te vas dando cuenta que va creciendo, que va desarrollándose y demás, la verdad es que emociona, emociona mucho».
Adriano, en la misma sintonía, le pasa a la inversa cuando puede ver toda esa imagen que emana de su padre. Saliendo mucho más allá del hecho de haber sido un deportista de elite destacado, y como ya se explicó previamente, el joven de 21 años ve a su padre como tal y eso ya de por sí genera una imagen de amor y respeto enorme. Es ese tan hermoso vínculo y esa entrañable relación que los unirá siempre.
«Creo que los dos sentimos orgullo, del uno hacia el otro. Lo veo a mi viejo y siento orgullo, mucha felicidad por la persona que es, por el padre que es y el jugador que fue. Y a él le debe pasar algo parecido, ver a un hijo haciendo lo mismo que él hizo, haciendo sus pasos, imagino que le debe gustar y debe sentir orgullo también. Somos muy tranquilos, apasionados, siempre tratando de mejorar o ayudar o tratar de hacer algo para perfeccionar cualquier cosa que sea. También somos muy inquietos, siempre buscando algo para hacer. Mi viejo siempre me dio libertades, no solo hablando de básquet, sino también para lo que sea. Nos llevamos muy bien, no solemos chocar porque somos tranquilos, nos llevamos muy bien no solo basquetbolísticamente».
«Obvio que lo amo, es mi viejo, tengo una admiración y un respeto increíble. Como padre es un tipo muy tranquilo, apasionado, ama lo que hace, lucha por lo que quiere, muy sincero. Ama el básquet, y si te puede dar una mano lo va a hacer. Siempre me apoyó desde que tengo memoria, me apoyó a morir en lo que sea».